lunes, 15 de noviembre de 2010

SER O NO SER.


Se me hace difícil entender, y a veces hasta soez, la extraña vocación que algunos experimentan por el conservadurismo. Quiero aclarar; que no es de mi predilección elaborar en el sentido de este trabajo de opinión, y que mi vocación se afina con mi oficio, que es la investigación histórica y el análisis.

Pero el origen, que es motivación en sí, no siempre puede soslayarse, y, como ahora, me compele a opinar. Bendita posibilidad la del que puede decir lo que piensa, ser aceptado o criticado, inclusive denostado, con o sin razón, y continuar caminando entre la gente sin encasquetarse un gorro en la mollera incapaz, al fin, de desvirtuar su identidad.

Es sencillo; cuando lo anterior sucede, no importa en qué momento de la vida, empezamos a conocer la libertad y a través de sus magnos preceptos seculares, debemos aprender a vivir democráticamente. Pero lo difícil es que no siempre es así.

Para uno que como yo, he conocido las dos caras de la moneda la experiencia resulta extraordinariamente educativa. Si a ello sumo el tiempo vivido y recuerdo mi pasado (nuestro pasado) y lo comparo con el presente, mis motivos de regocijo son aún mayores. ¿Por qué no para todos, si de alguna manera y estemos dónde estemos, aún somos víctimas?

El querer mantenerse anclado en un convulso y tormentoso pasado contribuye a soliviantar la psiquis enferma y lo que es peor, cauterizar en el cerebro la confusión y el embotamiento. Sé que no es fácil entender la intención y lo más socorrido siempre es la crítica a priori y sin cuartel; al más puro estilo de los marxistas contumaces y ortodoxos que con razón caracterizamos como enemigos, no solo nuestros, sino de la humanidad, según la Historia más reciente ha demostrado y acerca de lo cual se suele estar de acuerdo.

Por la vía de lo anterior, los que así actúan estarán siempre moviéndose en contra de la inercia y el impacto de las ideas siempre será viento en contra de las velas. Por último, el argumento moralizador, que tiende a confundirse con un cuasi papismo religioso, tampoco tiene sentido. No hay discrepancia en lo inherente a rechazar una absurda y mal montada campaña para vender ideas obsoletas; así como también los avatares de que se reviste.

Yo no tengo dudas y por ello me siento ganador. El tiempo y los hechos me han dado la razón; es más, reto a quien pueda, sin caer en el panfleterismo, a demostrarme lo contrario. La única pena que siento es la de estar convencido de que un país casi tenga que dejar de existir para convertirse en epitafio de una revolución innecesaria. Las revoluciones no suelen ser democráticas, remítanse a sus propias historias para colegir qué puede haber de coincidente entre ellas, sus resultados y el mundo de las ideas.

Hoy mi contento y mi convencimiento me inducen a concluir que aquello que no fue posible ganar de ninguna otra manera, está siendo ganado sin hacer la batalla más cruenta. Cuando el enemigo, que no es el pueblo, se atrinchera en su ideología absurda y extemporánea y acude a los maniqueícos y arcaicos argumentos de los que siempre se ha valido; no hace otra cosa que darnos la razón. Lo único que debemos hacer es no caer en su trampa.

Por: Prof. José A. Arias.

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