El 18 de diciembre el general Raúl Castro dijo que estaban bordeando el precipicio y que la ``revolución'' se podía hundir. Y dijo la pura verdad, a pesar de que trataron luego de desfigurar la afirmación con malabarismos verbales, preocupados por la supuesta ``tergiversación'' de los medios en el exterior.
Pero decir que estamos bordeando el precipicio significa: que estamos bordeando el precipicio. No hay otra interpretación posible. Y lo dice porque sabe que el modelo está completamente agotado, porque el absoluto control del Estado sobre todas las riquezas en nombre de los trabajadores --supuestamente ``los dueños de los medios de producción''--, requería necesariamente de una enorme burocracia que en consecuencia ha generado corrupción y una crisis permanente. Esos bienes, al ser propiedad de todos --y por tanto de nadie--, pueden dilapidarse alegremente sin problema alguno. Llega un punto en que corrupción y crisis, tomados de la mano, arrastran a toda la sociedad a una desestabilización total.
¿Qué pasa entonces cuando todo el mundo sabe que el sistema no sirve y que tiene que cambiar, cuando llega al convencimiento de que no puede esperar nada de la dirigencia que impuso ese modelo y que durante más de 50 años no ha sido capaz de una solución seria y realista, cuando incluso se ha tomado el camino de la terapia de choque al estilo neoliberal más brutal de despidos masivos y recortes o supresión total de los beneficios sociales? Pues se genera un clima revolucionario, término este --``revolucionario''-- que nada tiene que ver con el sentido en que lo usa la inmensa mayoría de los cubanos y con el cual muchos opositores siguen honrando a la dirigencia cubana. Precisamente el General ahora afirma que lo que viene es ``una revolución dentro de la revolución''. De que viene, viene, pero no dentro de lo que no existe.
El proceso cubano, después de muchas inconsecuencias, dejó de ser definitivamente revolucionario en 1968 cuando, después de expropiar a capitalistas y terratenientes, despojó también al pueblo, a los trabajadores independientes, de sus más modestos medios de subsistencia durante la mal llamada ``ofensiva revolucionaria'', tras lo cual desembocó en un capitalismo de Estado monopolista en su máxima expresión que nada tenía que ver con socialismo.
Excepto Rusia, ninguno de los países de Europa del Este --donde el modelo fue impuesto a la fuerza desde el exterior--, llegó al grado de centralización que alcanzó Cuba, pues siguió existiendo la pequeña propiedad y ciertos remanentes de la sociedad civil. En Rusia, sin embargo, cuando el régimen implosión, se creó un vacío de poder que fue ocupado por grupos sectarios de amigos --``familias''-- provenientes en su mayoría de la KGB o de los estamentos burocráticos. Este peligro acecha en cada recodo de una posible transición: un capitalismo salvaje de mafias empresariales. Lo que pudiera marcar la diferencia es la existencia, por una parte, de una disidencia muy diversa en la marginalidad social con varios proyectos de reconstrucción social, y por otra de tendencias contestatarias dentro del sector legal y oficialista, con propuestas programáticas para una sociedad participativa. Todos apuntan hacia el desmantelamiento del Estado como administrador de bienes de producción.
El administrador ha demostrado más que suficientemente, durante cincuenta años, su incompetencia, mientras que por el contrario, cada vez que el trabajador ha tenido ocasión de ponerse directamente al frente de algún centro --como los paladares, por ejemplo-- ha probado fehacientemente su eficiencia, incluso a pesar de las zancadillas burocráticas interpuestas por ese poderoso competidor. El ojo del amo engorda el caballo. Entonces ha llegado ya la hora de que el pueblo, de una vez por todas, le diga a ese administrador: ``Basta, se le agradece sus buenos oficios, pero eso lo puedo hacer yo mejor que usted''. Y que proceda a lo que es impostergable: la expropiación del Estado a favor de los trabajadores y de la ciudadanía en general, combinando diferentes formas de propiedad: individual, familiar, cooperativa y autogestionaria. Si todo el pueblo participa de la propiedad y es beneficiado con una legislación que reconozca sus derechos laborales, económicos, sociales, culturales, civiles y políticos, Cuba sería el primer resplandor de aurora de una nueva humanidad.
Por: Prof. Ariel Hidalgo.
Tomado del Miami Herald en Español.
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