Me llaman la atención los análisis hechos en torno a la situación que se desarrolla hoy en algunos países africanos de la región conocida como el Magreb. Sin dudas ninguno de ellos escapa a la connivencia de varios factores que actúan en todos los casos como denominador común. La historia de los mismos está vinculada a un pasado colonial, que nunca descartó como un elemento de la dominación que padecieron, entre otros, la influencia del factor religioso que contribuyó en gran medida a activar en cada caso los mecanismos de la dominación y el sometimiento.
En el ámbito político las monarquías feudales que aún en la actualidad, ocupan el poder en algunos de esos países, pasaron a ser los representantes del poder colonial. Al comenzar la segunda mitad del siglo XX y desarrollarse el proceso de descolonización comenzó para muchos de ellos la época del auge revolucionario. La coyuntura de la guerra fría introdujo un aliado natural y conveniente en lo que supuestamente representaba el enfrentamiento al pasado, donde aludir al terror colonial, era siempre un cómodo y muy usado argumento.
Por razones que pueden ser ampliamente demostrables, la Unión Soviética y su política exterior, se convirtieron en medio de la referida coyuntura en factor de compromiso que siempre estuvo detrás de las argumentaciones de libertad de “líderes” que no por casualidad se ampararon en el Socialismo marxista como ideología política afín a sus propósitos. África, el “continente preterido” se convirtió en testigo del ascenso al poder de personajes como Gamal Abdel Nasser, Ahmed Ben Bella, Amhed Sekoú Touré, Nhame Nkrouma, Abdelazis Bouterflika, Idi Amín Dada, Julius K. Nyerere, Agostihno Neto, Mouhamar Khadafi, Mengistu Hayle Mariam y muchos otros, quizás menos conocidos pero cuya historia no es esencialmente diferente. Aunque hablamos del África, es bueno aclarar que este fenómeno ha tenido y tiene manifestaciones similares en otras áreas del Planeta que ahora no nos ocupan, pero que sin embargo, refuerzan el argumento.
El crecimiento de la marea revolucionaria, aupado por la demagogia populista arrastró tras de si amplios sectores de la población en muchos de estos países, cuyos líderes se agrupaban en movimientos como el de los “No Alineados” que en teoría propendía al logro del desarrollo socioeconómico a través de una tercera posición que sin embargo, en la práctica, no existió. En todos los casos el alineamiento estuvo evidenciado en tratar de validar supuestas conquistas populares y revolucionarias por intermedio del socialismo marxista –muy sui generis- como ideología prevaleciente en el ámbito político.
Como consecuencia de lo anterior, el enemigo natural vino a ser “el imperialismo” –antes colonial, después, y sumado a éste, el “yanqui”- de tal suerte y como que los revolucionarios suelen ser gente de armas tomar nunca ha quedado fuera del juego la estructuración de gobiernos de corte militar, así no es casual y, por el contrario, casi de rigor que muchos de los aludidos personajes sean Generales, Coroneles, Tenientes Coroneles, comandantes, etc. y que su poder siempre tenga como origen el infausto, aunque no menos conveniente ambiente de los cuarteles, donde como se sabe, las órdenes se cumplen pero no se discuten. Resulta obvio que para cualquier situación en que el gobierno es el resultado del hecho de asaltar el poder encabezando movimientos revolucionario-militares, los usufructuarios potenciales se verán condenados al estigma basado en el ordeno y mando natural de las barracas castrenses. No se trata de una simplificación empírica de la situación, ha sido y es una realidad histórica. ¿Resulta acaso posible demostrar lo contrario?
Como una consecuencia inevitable de lo anterior, sobreviene la ineludible influencia del uso y abuso del poder. No existe entonces mejor manera de detentarlo que a través de la eternización en su ejercicio para lo cual nunca importará el argumento al que halla que echarle mano. Llegado ese momento el tiempo es lo que cuenta y, desde elecciones amañadas hasta la aplicación de la fuerza bruta y el sometimiento, todo es lícito y posible, debe recordarse que los tiranos expresan la opinión de pueblos que no tienen derecho a opinar. Esa es, desde Solón, la esencia de la tiranía. Quienes encarnan y representan el poder se habrán convertido en tiranos y de esa manera los antiguos revolucionarios se vuelven conservadores.
Las revoluciones, que frente el ejercicio de la democracia, para mi no tienen mucho valor, son la justificación, no real, del conservadurismo revolucionario que política e históricamente sufre una trasmutación que suele condenar a quienes las padecen al inmovilismo, el aislamiento, el ostracismo y la fanática influencia ideológica. Llegado ese momento los mal llamados revolucionarios –al menos si nos atenemos a la definición genérica del concepto- no son otra cosa que simples tiranos que bajo cualquier signo político oprimirán a sus pueblos para conseguir el perpetuo ejercicio de su poder omnímodo.
Ahora que Khadafi, usa la fuerza bruta y fatal de las armas contra el pueblo que lo ha padecido durante más de cuarenta años, y que Fidel Castro en otra parte del mundo le defiende con una onírica “reflexión”; resulta fácil responder a la pregunta de porque los revolucionarios de ayer, convertidos en los tiranos de hoy, andan coleccionando catervas de armamentos que siempre suelen adquirir con el pretexto de un posible enfrentamiento a un enemigo exterior inexistente, que por añadidura sabemos de quien se trata. Hay que ser muy preciso en el tratamiento de la Historia y no confundir coyunturas –como Corea y Vietnam- donde los conflictos militares sirvieron para dirimir querellas entre potencias que no eran cancelables por intermedio de la acción diplomática.
Del “Big Stick y las Cañoneras” a los tiempos actuales muchas cosas han cambiado, entre tanto y por la natural acción de la Historia nuestros inefables y conspicuos militarotes revolucionarios, sin duda se han vuelto muy conservadores y, según parece, cada vez lo serán más. Como el retrato de Dorian Grey, las arrugas en su rostro son parte de sus condecoraciones cuyos orígenes no siempre son conocidos ni justificados. (Publicado en el Blog Collage Cubano)
En el ámbito político las monarquías feudales que aún en la actualidad, ocupan el poder en algunos de esos países, pasaron a ser los representantes del poder colonial. Al comenzar la segunda mitad del siglo XX y desarrollarse el proceso de descolonización comenzó para muchos de ellos la época del auge revolucionario. La coyuntura de la guerra fría introdujo un aliado natural y conveniente en lo que supuestamente representaba el enfrentamiento al pasado, donde aludir al terror colonial, era siempre un cómodo y muy usado argumento.
Por razones que pueden ser ampliamente demostrables, la Unión Soviética y su política exterior, se convirtieron en medio de la referida coyuntura en factor de compromiso que siempre estuvo detrás de las argumentaciones de libertad de “líderes” que no por casualidad se ampararon en el Socialismo marxista como ideología política afín a sus propósitos. África, el “continente preterido” se convirtió en testigo del ascenso al poder de personajes como Gamal Abdel Nasser, Ahmed Ben Bella, Amhed Sekoú Touré, Nhame Nkrouma, Abdelazis Bouterflika, Idi Amín Dada, Julius K. Nyerere, Agostihno Neto, Mouhamar Khadafi, Mengistu Hayle Mariam y muchos otros, quizás menos conocidos pero cuya historia no es esencialmente diferente. Aunque hablamos del África, es bueno aclarar que este fenómeno ha tenido y tiene manifestaciones similares en otras áreas del Planeta que ahora no nos ocupan, pero que sin embargo, refuerzan el argumento.
El crecimiento de la marea revolucionaria, aupado por la demagogia populista arrastró tras de si amplios sectores de la población en muchos de estos países, cuyos líderes se agrupaban en movimientos como el de los “No Alineados” que en teoría propendía al logro del desarrollo socioeconómico a través de una tercera posición que sin embargo, en la práctica, no existió. En todos los casos el alineamiento estuvo evidenciado en tratar de validar supuestas conquistas populares y revolucionarias por intermedio del socialismo marxista –muy sui generis- como ideología prevaleciente en el ámbito político.
Como consecuencia de lo anterior, el enemigo natural vino a ser “el imperialismo” –antes colonial, después, y sumado a éste, el “yanqui”- de tal suerte y como que los revolucionarios suelen ser gente de armas tomar nunca ha quedado fuera del juego la estructuración de gobiernos de corte militar, así no es casual y, por el contrario, casi de rigor que muchos de los aludidos personajes sean Generales, Coroneles, Tenientes Coroneles, comandantes, etc. y que su poder siempre tenga como origen el infausto, aunque no menos conveniente ambiente de los cuarteles, donde como se sabe, las órdenes se cumplen pero no se discuten. Resulta obvio que para cualquier situación en que el gobierno es el resultado del hecho de asaltar el poder encabezando movimientos revolucionario-militares, los usufructuarios potenciales se verán condenados al estigma basado en el ordeno y mando natural de las barracas castrenses. No se trata de una simplificación empírica de la situación, ha sido y es una realidad histórica. ¿Resulta acaso posible demostrar lo contrario?
Como una consecuencia inevitable de lo anterior, sobreviene la ineludible influencia del uso y abuso del poder. No existe entonces mejor manera de detentarlo que a través de la eternización en su ejercicio para lo cual nunca importará el argumento al que halla que echarle mano. Llegado ese momento el tiempo es lo que cuenta y, desde elecciones amañadas hasta la aplicación de la fuerza bruta y el sometimiento, todo es lícito y posible, debe recordarse que los tiranos expresan la opinión de pueblos que no tienen derecho a opinar. Esa es, desde Solón, la esencia de la tiranía. Quienes encarnan y representan el poder se habrán convertido en tiranos y de esa manera los antiguos revolucionarios se vuelven conservadores.
Las revoluciones, que frente el ejercicio de la democracia, para mi no tienen mucho valor, son la justificación, no real, del conservadurismo revolucionario que política e históricamente sufre una trasmutación que suele condenar a quienes las padecen al inmovilismo, el aislamiento, el ostracismo y la fanática influencia ideológica. Llegado ese momento los mal llamados revolucionarios –al menos si nos atenemos a la definición genérica del concepto- no son otra cosa que simples tiranos que bajo cualquier signo político oprimirán a sus pueblos para conseguir el perpetuo ejercicio de su poder omnímodo.
Ahora que Khadafi, usa la fuerza bruta y fatal de las armas contra el pueblo que lo ha padecido durante más de cuarenta años, y que Fidel Castro en otra parte del mundo le defiende con una onírica “reflexión”; resulta fácil responder a la pregunta de porque los revolucionarios de ayer, convertidos en los tiranos de hoy, andan coleccionando catervas de armamentos que siempre suelen adquirir con el pretexto de un posible enfrentamiento a un enemigo exterior inexistente, que por añadidura sabemos de quien se trata. Hay que ser muy preciso en el tratamiento de la Historia y no confundir coyunturas –como Corea y Vietnam- donde los conflictos militares sirvieron para dirimir querellas entre potencias que no eran cancelables por intermedio de la acción diplomática.
Del “Big Stick y las Cañoneras” a los tiempos actuales muchas cosas han cambiado, entre tanto y por la natural acción de la Historia nuestros inefables y conspicuos militarotes revolucionarios, sin duda se han vuelto muy conservadores y, según parece, cada vez lo serán más. Como el retrato de Dorian Grey, las arrugas en su rostro son parte de sus condecoraciones cuyos orígenes no siempre son conocidos ni justificados. (Publicado en el Blog Collage Cubano)
Por: Prof. José A. Arias.
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